La luz que llega a nuestros ojos estimula la rodopsina o púrpura retiniana, pigmento proteínico existentes en ciertas células de la retina llamada bastones. Sus moléculas reaccionan descomponiéndose, lo que da origen a un impulso eléctrico que es transmitido al cerebro a través del nervio óptico.
Si la luminosidad es normal, nuestras retinas disponen de suficiente rodopsina para funcionar normalmente. En cambio, cuando son afectadas por la luz del flash u otra sobredosis de fotones –como al ver el Sol-, estas moléculas fotosensibles estimulan el nervio en exceso, con lo que se produce una saturación.
La ceguera parcial es por tanto el tiempo que invierte la púrpura retiniana en recomponerse del ‘fogonazo’.
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